lunes, 1 de junio de 2015

Terror

Fantasmas en el pasillo

Pasaba la noche en una pensión. Cerca de la medianoche sentí que alguien me despertaba, y al abrir los ojos vi que a mi lado había un anciano inclinado sobre la cama, mirándome fijamente.
– No se asuste – susurró el anciano -. Lo que anda en el pasillo sí es cosa de asustarse.
Rodé en la cama y me puse de pie en el lado opuesto al que estaba el anciano. Encendí una lámpara,
el anciano permanecía allí, mirándome a los ojos, y vi que con el pulgar señaló rumbo al pasillo.
– No haga ruido – susurró nuevamente -. Escuche, ahí viene, por el pasillo…
Presté atención y escuché unos pasos, sonaban como si calzaran botas. Los pasos se detuvieron frente a la puerta de la habitación. El anciano me indicó que guardara silencio con un gesto, y volteó hacia la puerta. Estuvimos expectantes por un momento. Los pasos volvieron a sonar, está vez alejándose por el pasillo. Yo no entendía nada ¿¡ Qué estaba pasando!?
Caminé hacia la puerta, entonces él se movió como para detenerme. Le amagué con el puño cerrado, y eso lo detuvo. En el pasillo aún se escuchaban los pasos. Abrí la puerta y me asomé, para mi sorpresa no vi a nadie, aunque se seguían escuchando los pasos

No mire por el orificio


Es bastante común que desde pequeños, nuestros padres nos enseñen a obedecer sus indicaciones, o bien, las de otro adulto, y siempre y cuando sean para nuestro propio bien. En la mayoría de los casos, los niños responden extraordinariamente a estas indicaciones, hábito que se llevan consigo hasta la tumba. Por otra parte, están aquellos niños que, ya sea por rebeldía o porque les causa curiosidad el saber qué pasará si no la siguen, ignoran lo que, en el mejor de los casos, se les pide amablemente. Yo, pertenezco a este último tipo de niños, o pertenecí, ahora como adulto, son pocas las personas que me dan indicaciones, las cuales atiendo por educación. Sin embargo, la indicación que se me dió aquella noche, y el no seguirla, trajeron a mi vida, la única vez que he renegado de mi incansable curiosidad

Eva juega con migo


En Ibarra-Ecuador en el año de 1980 donde era muy típico de los niños salir al parque a jugar y pasarla entre amigos había un grupo de tres amigas llamadas Samanta, Jessica y Abby de 8 años de edad. Pero de las tres amigas la que era más reconocida fue Abby, ya que además de ser una niña muy bonita de un hermoso cabello largo y de color negro, de unos ojos cafés oscuros, tan oscuros como las noches que caían en Ibarra y sobre todo su actitud, era la más tierna del mundo, ayudaba a la mayoría de las personas del vecindario que necesitaban ayuda en cargar las compras, cruzar la calle, etc… Era un año calmado y tranquilo; hasta que un día reunidas Samanta, Jessica y Abby decidieron probar un nuevo juego que consistía en llegar más alto en el columpio así que decidieron jugar y ver lo que pasaba. Cuando estaban a punto de empezar el juego la madre de Abby la llamo para presentarle a una nueva familia que se mudó a la casa de alado, ella un poco tímida conoció a la nueva familia, conoció a Sandra la madre, a Luis el padre y a su hija Virginia, Abby noto que Virginia era un poco tímida y extraña. Decidió llevarla al parque para que conozca a sus amigas, pero Virginia no quería, era tímida, algo ocultaba…

El Ascensor



Todo ocurrió una cálida noche de verano, de ésas en las que, aunque la temperatura es agradable e invita a dar un largo paseo bajo la luz de las farolas, da la sensación de que todo el mundo se ha puesto de acuerdo para encerrarse en casa.
Eran, más o menos, las dos de la madrugada. Había pasado varias horas vagueando ante el ordenador, así que decidí que era momento de estirar los músculos haciendo algo de ejercicio, bajando a la calle para tirar la basura y fumar un cigarro, por ejemplo.
Me calcé unas zapatillas de deporte, me dirigí a la cocina, saqué la bolsa del cubo y le hice un par de nudos. Tras cerciorarme de que no olvidaba llaves, mechero ni tabaco, cerré la puerta del piso y me dirigí escaleras abajo. Habría podido elegir tomar el ascensor, pero, teniendo en cuenta que a esos cacharros les suele dar por pararse de golpe, habría sido un error quedarme encerrado dentro con la única compañía de una maloliente bolsa de basura.